Pronto el viento se hizo demasiado fuerte para seguir avanzando.
-¿No dijiste que haría buen tiempo?
-Estaba seguro de que lo haría- me defendí- Este clima es impropio de esta época del año.
Y era verdad. Aquel viento no era en absoluto natural. Nos vimos obligados a refugiarnos en una cueva. Pero para nuestra sorpresa, estaba ya ocupada.
Envuelto en una manta, acurrucado en una esquina lo más alejada de la entrada de la cueva, temblando, había un niño. Él abrazaba otro bulto, probablemente un fardo con sus cosas.
-Luis... ¡Hay un niño aquí!
¡Como si no lo hubiera visto ya!
Me acerque dispuesto a ayudarlo, pero apenas había dado unos pasos en su dirección, el chico empezó a gimotear e intento alejarse.
-¡No...no se acerque...quen! ¡Él volverá!
-Tranquilo, venimos a ayudarte.
Pablo avanzó e intento separarlo del fardo. Pero de pronto, dio un salto hacia atrás.
-¡Es una persona muerta!
Y de hecho lo era. Era el cuerpo de una mujer, y estaba horriblemente ensangrentado bajo la manta. Tenía el cuello desgarrado y el torso abierto, aparte de variados arañazos en los brazos.
-¿Que paso aquí?-interrogue al niño
Pero el no me respondió. Pálido, fijaba la vista detrás de nosotros, al tiempo que retrocedía cuanto podía pegándose a la pared de roca.
-Intrusos en mi montaña.
Una voz grave sonaba a nuestras espaldas. Una voz omnisciente, serena pero al mismo tiempo retumbante de una furia homicida.
Mi compañero y yo nos volteamos cuan rápido pudimos, solo para encontrarnos frente a frente (o frente a hocico) con un lobo gris más grande que un caballo, con el hocico y las garras untadas en sangre.
El grito se nos quedo en la garganta, sin tener tiempo de salir, antes de que nos sumergiéramos en aquel oscuro pozo sin fondo que es la muerte.
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