Y ahí estaba yo, hiriéndole otra vez. Odiaba herirlo, pero últimamente había pasado con frecuencia.
Él siempre fue para mi un amigo, un buen amigo, pero nada más. Pero yo sabía que eso para él no era suficiente. Lo había rechazado varias veces. Me distanciaba un poco de él, temiendo tener que herirlo más,pero pasado un tiempo olvidaba las precauciones, volvía a acercarme y seguíamos siendo amigos.
Para mí era natural darle besos en la mejilla, abrazarlo, invitarlo a mis cumpleaños, para mi era casi un hermano, si bien estos no aceptan tan bien las caricias y los besos. Entonces el tomaba los gestos como señales y todo volvía a comenzar.
Sabía que era egoísta al seguir siendo su amiga, para no herirlo habría tenido que apartarme, ser más clara. Pero era una cobarde, no quería dejarlo ir así.
Susurre las palabras fatales. Él fingió una sonrisa, que no convenció a ninguno de los dos. Intentó cambiar el tema, pero yo sabía que bajo la indiferencia estaba mal disimulado el dolor. Le dije que tenía que irme, lo bese en la mejilla y le di un corto abrazó. Le dije que lo sentía. ¿Entendió él por que lo dije? Sí, seguro que sí.
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